Memorias - Primer Volumen
La Revolución rusa en Ucrania 1918-1921
Néstor Makhno
PRIMERA PARTE
Entretanto, los encargados de la oficina de la milicia Gulai-Polé, el subteniente Koudinov y su secretario, el viejo e inquebrantable Cadete A. Rambievski, me invitaron a ayudarles a examinar los archivos de la policía.
Estos archivos presentaban un interés muy particular y rogué al grupo que asignara un camarada para acompañarme. Le di tal importancia a este trabajo que estaba dispuesto a abandonar momentáneamente cualquier otra actividad. Algunos de mis camaradas, Kalinitchenko y Krate en particular, empezaron por burlarse de mí porque deseaba, decían ellos, correr al auxilio de los jefes de la milicia. No fue sino después de una larga discusión que Kalinitchenko convino que yo tenía razón y vino él mismo conmigo. En esos archivos, encontramos documentos que probaban que algunos de los habitantes de Gulai-Polé habían espiado a los hermanos Semenota y a otros miembros de nuestro grupo, y notas consignado cuánto habían cobrado por sus servicios esos perros.
Descubrimos que entre otros, Pierre Charovski, antiguo miembro del grupo, era un agente de la policía secreta a la cual había prestado numerosos servicios.
Transmití todos estos documentos a nuestro grupo. Desgraciadamente, todas las personas implicadas habían muerto en la guerra. Solo quedaban Sopliak y Charovski y los policías Onichtchenko y Bougaev, los cuales, fuera de sus horas de servicio, se vestían de civiles y se deslizaban por los patios y los jardines para espiar a todos aquellos que les parecían sospechosos.
Anotamos los nombres de aquellos que estaban aún en vida, considerando que el momento de ejecutarlos no había llegado aún; por lo demás tres de ellos, Sopliak, Charovski y Bougaev no estaban en Gulai-Polé: habían desaparecido poco después de mi llegada.
Hice público el documento probando la culpabilidad de P. Charovski quien había entregado a la policía a Alexandre Semenota y a Marthe Pivel. Los documentos que concernían a los tres culpables ausentes fueron mantenidos en secreto. Esperábamos su regreso para poder arrestarlos sin mayores dificultades. En cuanto al cuarto, Nazar Onichtchenko, el gobierno de coalición lo había enviado al frente, pero había logrado, tras un corto periodo, abandonar el ejército y vivía desde entonces en Gulai-Polé, sin presentarse en las reuniones comunales ni en los mítines.
Poco después de la publicación del documento que acusaba a Pierre Charovski, Nazar Onichtchenko me abordó en el centro mismo de Gulai-Polé. Era ese mismo policía y agente secreto que durante un registro en mi casa había permitido que se cateara a mi madre y que la había abofeteado cuando ella protestó.
Ahora, ese perro, que había vendido el cuerpo y el alma a la policía, se precipitaba hacia a mí y, quitándose la gorra, gritaba tendiéndome la mano: "¡Nestor Ivanovitch¡ ¡Hola!"
La voz, los gestos, la mímica de ese Judas provocaron en mí un asco indecible. Me puse a temblar de odio y le grité con furor: "¡atrás, miserable, atrás o te mato!" Él saltó hacia un lado y se puso blanco como la nieve. Inconscientemente llevé mi mano hacia el bolsillo y tomé febrilmente mi revólver, preguntándome si era preciso matar a ese perro allí mismo lugar o si era preferible esperar.
La razón pudo más que la furia y la sed de venganza.
En el límite de mis fuerzas, me dejé caer sobre una silla a la entrada de una tienda. El tendero se aproximó, me saludó y me hizo preguntas que no fui capaz de entender. Me excusé de haber ocupado su silla y le rogué que me dejara tranquilo. Diez minutos más tarde, pedí a un campesino que me ayudara a regresar al Comité de la Unión de los Campesinos.
Tras enterarse de mi encuentro con Onichtchenko, los miembros de nuestro grupo y los del Comité de la Unión exigieron la publicación del documento que probaba que, al tiempo que era policía (lo que los campesinos sabían muy bien, puesto que había arrestado y golpeado a un buen número), también era agente de la policía secreta.
Todos los camaradas pidieron con insistencia que se hiciera público este documento para poder enseguida matar al culpable.
Yo me opuse enérgicamente y les rogué dejarlo tranquilo por el momento, haciendo notar que había traidores más peligrosos, en particular Sopliak que, de acuerdo con las pruebas que teníamos en las manos, era un especialista del espionaje. Él había trabajado mucho tiempo en Gulai-Polé y en Pologui entre los obreros de los almacenes y había contribuido a la entrega del camarada Semenota.
Otro, Bougaev, era también un soplón consumado. Iba y venía entre los campesinos y los obreros, cargando, sobre un platón de madera, panecillos y agua gaseosa para vender. Se le vió sobre todo en la época en que el gobierno del Zar había prometido una recompensa de 2,000 rublos a quien entregara a Alexandre Semenota. Más de una vez, Bougaev, disfrazado, había desaparecido semanas enteras en compañía del comisario de policía Karatchentz y de Nazar Onichtchenko. Abandonando sus puestos oficiales, recorrían los alrededores de Gulai-Polé o los barrios de Alexandrovsk y de Ekaterinoslav. El comisario de policía Karatchentz fue muerto por el camarada Alexandre Semenota en el teatro de Gulai-Polé. Bougaev, Sopliak y Charovsky estaban vivos y se escondían en alguna parte de la región.
He ahí por qué no debíamos tocar aún a Nazar Onichtchenko. Era necesario armarse de paciencia y tratar de poner la mano sobre los otros que, a decir de los campesinos, a menudo eran vistos en Gulai-Polé.
Al tiempo que les pedía a los camaradas no molestar a Nazar Onichtcheko por el momento, les dije que era importante apoderarse de todos esos perros y matarlos en seguida, y que tales personajes eran nocivos para cualquier comunidad humana. "No se puede esperar nada de ellos, su crimen es el más horrible de los crímenes, la traición. Una verdadera revolución debe exterminarlos a todos. Una sociedad libre y solidaria no tiene ninguna necesidad de traidores. Deben perecer todos por nuestras propias manos o ser muertos por la vanguardia revolucionaria".
Todos los camaradas y amigos renunciaron, por el momento, a desenmascarar a Nazar Onichtcheko sin tardanza, postergando así su ejecución.
Mientras nuestro grupo estaba ocupado en llenar ciertas formalidades y en repartir el trabajo entre sus numerosos miembros, (éramos ya más de ochenta pero poco enérgicos) y elaboraba la lista de las publicaciones anarquistas rusas y ucranianas a las cuales debíamos suscribirnos, las nuevas elecciones del Comité comunal de Gulai-Polé comenzaron. Mi candidatura y la de un cierto número de mis camaradas fueron propuestas de nuevo por los campesinos y fuimos electos.
Algunos de ellos se abstuvieron de votar, otros tomaron parte en las elecciones, pero en la mayoría de los casos votaron sólo por los miembros de nuestro grupo o por nuestros partidarios.
A pesar de las súplicas de los campesinos para que yo fuera a representarlos al Comité comunal, debí renunciar a ello, no por principio, sino porque ignoraba la actitud de los anarquistas de las ciudades ante esas elecciones. Había pedido informes sobre esto por intermedio del secretario de nuestra Federación, con los compañeros de Moscú, pero no había recibido aún ninguna respuesta.
Por otra parte, me negué por una razón mucho más importante: mi elección legal al Comité comunal habría contrariado mis planes, siendo mi intención la de orientar la actividad del grupo y de los campesinos hacia una disminución del poder de esos comités.
Nuestro grupo había aprobado mis planes y era con el fin de realizarlos que había aceptado la presidencia del comité de la unión de campesinos.
Estos planes consistían en unir a nuestro grupo, lo más íntimamente posible, en una comprensión práctica de la obra revolucionaria, a los trabajadores del campo y en no dejar penetrar a los partidos políticos entre sus filas. Para ello, era necesario hacerles comprender que los partidos, por más revolucionarios que fuesen en el momento presente, matarían inevitablemente cualquier iniciativa creadora en el movimiento revolucionario si llegaban a dominar la voluntad del pueblo. Además, era necesario llegar a mostrarles la necesidad de tomar bajo su propio control y sin perder un solo día, el Comité comunal, organismo no revolucionario y que actuaba bajo la égida del gobierno; ello con el fin de conocer siempre a tiempo las acciones del gobierno provisional y no encontrarse, en el instante decisivo, aislados y sin informaciones precisas sobre el movimiento revolucionario de las ciudades.
Finalmente, debíamos hacerles comprender que no podían contar con nadie en su tarea más urgente: la conquista de la tierra y el derecho a la libertad y de la autonomía y que ellos debían aprovechar este momento y los problemas en los que se encontraba el gobierno, en razón de la lucha de los partidos políticos, para realizar en toda su amplitud sus aspiraciones anarquistas y revolucionarias.
Eso fue, en grandes líneas, el plan de trabajo que propuse al grupo de Gulai-Polé, desde mi regreso de Moscú. Hablé de ello a todos mis camaradas, suplicándoles que lo adoptaran como base de acción para nuestro grupo en los medios campesinos.
Fue pues en nombre de esos principios que me decidí a abandonar las diferentes exigencias tácticas adoptadas por los anarquistas en los años 1906-1907; durante ese periodo en efecto, los principios de organización fueron sacrificados al principio de exclusividad; los anarquistas se refugiaban en sus círculos y grupos, que encontrándose separados de las masas, se desarrollaron anormalmente, paralizándose en la inacción y perdiendo así la posibilidad de intervenir eficazmente cuando se producían los levantamientos populares y las revoluciones.
Todas mis sugerencias fueron aceptadas por nuestro grupo que en una acción organizada, las desarrolló y las hizo adoptar, si no por todos los campesinos de Gulai-Polé, por lo menos por una mayoría imponente. Es verdad que para ello necesitaron varios meses. Expondremos más adelante, en todos sus detalles, su actividad constante y fecunda en el curso de las fases sucesivas de la revolución.
Source: www.kehuelga.org
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